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Así funcionan los clubs de marihuana españoles

Entramos en las sociedades de fumadores de Madrid para entender su origen y función social
mié 19 abril 2017 08:36 AM
Clubes de marihuana españoles
Clubes de marihuana españoles Clubes de marihuana españoles (Foto: ranero&CO.)

Los abogados lo tienen muy claro: hay que aprovechar los vacíos de la ley. “Solicitamos que la sustancia intervenida sea conservada en condiciones óptimas para su devolución a la asociación”, se lee en uno de los párrafos del recurso judicial. “Mi patrocinado se ofrece a trasladarse a las instalaciones donde dicha sustancia es custodiada y dar las explicaciones sobre el mejor medio de conservación de la misma”, dice el siguiente párrafo.

Pedro Pérez tiene colgado el escrito de su abogado en una pizarra de La Santa , a la vista de todos sus socios y de las exclusivas visitas que, como la de hoy, realiza este periodista. La Santa es un club de fumadores de cannabis del centro de Madrid y Pedro, su presidente. Un antiguo bar de copas convertido hoy en un espacio de encuentro donde sus 500 socios pueden acudir a charlar en la zona de sofás o sentados en los taburetes altos del local. A conversar, eso sí, mientras se fuman tranquilamente, y con el permiso de la ley, un porro. Porque La Santa es una de las asociaciones de este tipo que han proliferado durante los últimos años en España.

Clubes de marihuana españoles
Clubes de marihuana españoles
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Pedro exhibe orgulloso el escrito judicial. Él es, como dice, “un fumeta, un tipo que disfruta relajándose con “un porrito al final del día”, como son la mayoría de los socios de su asociación (una minoría de ellos lo consumen terapéuticamente). Pero se ha propuesto llevar su afición más allá. Para él estos clubes de cannabis, creados en un resquicio de la ley, en un limbo judicial, son parte del camino hacia una futura legalización de la marihuana.

El suyo abrió en 2012. Aquel mismo año fue detenido en cinco ocasiones. “Una de las veces la policía me dijo que yo parecía una buena persona, que me pensara lo que estaba haciendo. Y respondí que nunca había pensado que a los 45 años mi vida iba a ser tan interesante”, me cuenta. Ha sido encerrado en el calabozo; amenazado con cumplir seis años de cárcel; juzgado; y, finalmente, absuelto. Y aquí sigue, al frente de su asociación, y explicando su misión. De ahí el escrito de su abogado. Están pendientes de una nueva resolución judicial para que la policía les devuelva la marihuana que les incautó la última vez que entró en el club. Ya ha pasado dos veces antes. Y ambas recuperaron la mercancía: dos y 200 gramos, respectivamente.

Ahora Pedro va más allá y, con ironía, se ofrece a enseñar a los agentes a conservar en perfecto estado esa marihuana, para que no pierda sus cualidades y pueda ser consumida. Es la misma actitud que tuvo también en una de las ocasiones que le detuvieron. “¿Por qué no has destruido la droga antes de que entrásemos?”, le preguntó un agente. “Porque si lo hago no podré ver tu cara cuando me la devuelvas”, soltó él.

Clubes de marihuana españoles
Clubes de marihuana españoles

Sin embargo, como explica, no la destruyó porque hacerlo habría significado ocultar algo que no tenía por qué ocultar. “La prohibición es un negocio para pocos, la regulación lo es para muchos” y “ahora no es el momento del negocio, sino del compromiso” son algunas de las frases que más repite Pedro. La ley española ha permitido, en una de sus zonas de vacío, que se formen estos clubes. Y muchos de ello lo aprovechan en esa larga lucha por la legalización de las consideradas como drogas blandas.

En España está prohibido cultivar marihuana, comprar y venderla, pero no el consumo propio. Es decir, no está castigado consumir algo que, supuestamente, no puede comprarse ni venderse. Así que lo que han hecho estos clubes es utilizar esa ley para constituirse como asociaciones de fumadores de hachís. Aquí no se compra ni se vende, sino que, en una hábil utilización del lenguaje, se “retira” y se “dispensa”. Es decir, los socios adquieren conjuntamente la marihuana –la parte oculta del proceso, la ilegal, algunos de sus propias plantaciones secretas y otros recurriendo a los dealers y en el club lo que hacen es retirar su parte del cultivo, para su uso personal, con el compromiso ante el resto de socios de que no van a vendérselo a nadie.

El primer club apareció hace ya 20 años, en Tarragona, en la región de Cataluña. Fue el pionero, pero, y aquí la frase hecha nunca fue más certera, se convirtió en una semilla que germinó una década después con más clubes en esa zona del Noreste de España y al Norte, en el País Vasco, y que ahora ha florecido por todo el país. Hoy hay más de 500 asociaciones de este tipo en España, la mayoría creadas en los dos últimos años.

“A mí me ha cambiado la vida. Antes tenía que buscar un dealer, o un amigo que tuviera marihuana, para que me pasara. Ahora puedo adquirirla en pequeñas cantidades y probar diferentes variedades. Y sé que es de la buena”. Gema, que pide que no se publique su apellido, pertenece a otra asociación. Para ella, fumadora habitual desde hace años, otra fumeta, la realidad ha cambiado. En su club puede disfrutar de una decena de tipos diferentes de marihuana. Y además hacerlo mientras conoce a otros socios, se toma un café o trabaja conectada a la red wifi.

Clubes de marihuana españoles
Clubes de marihuana españoles

“La marihuana es un poco como el vino. A cada uno le gusta de un tipo diferente”, lo explica uno de los trabajadores de La Santa, el club de Pedro, mientras dispensa marihuana a un socio. Hoy tienen en stock Green Poison, potente, para quienes tienen problemas de sueño o quieren desconectar, White Widow, que te da, como dicen, “un buen zarpazo”, Kali Mist, “muy cerebral”, Caribe, sativa pura, la variedad, en contraposición a la indica, que no te afecta tanto físicamente, que no te deja colocado, o Silver Kong, una combinación. También disponen, en la nevera, de bombones de chocolate con marihuana, como los que se lleva a casa uno de los socios, que tiene hijos y no puede fumarse un porro delante de ellos.

En La Santa, el club que preside Pedro, la filosofía es la misma que en la mayoría. Varía el número de socios, que oscila desde el centenar hasta los dos millares que ya tienen los más grandes en Barcelona. O la edad a la que se permite entrar, normalmente 21 años. O las reglas de cada uno, como permitir o no consumir alcohol o el límite de marihuana que se puede retirar. Pero todos, eso sí, llevan unas cuentas precisas del consumo de cada socio y de las cantidades que necesitan. En La Santa, en 2014, han sido 75 kilos, con un consumo mensual medio de 11 gramos por persona.

Los números son importantes, porque evitan problemas. Aquí, por ejemplo, se dieron cuenta de que con cada dispensación de marihuana que hacían, a pesar de la báscula de precisión con la que trabajan, siempre se perdía un pequeño porcentaje del producto. Haciendo tres pesajes al día vieron que, por medir las cantidades ligeramente al alza para los socios, desaparecían siete gramos al día. Y siete gramos al día son más de dos kilos y medio de marihuana al año.

¿Club social o negocio ilegal?

Alba es maestra. Jorge, técnico audiovisual, y Rebeca, decoradora de interiores. Los tres fundaron en marzo el Club Zhara, en Majadahonda, una ciudad dormitorio del Noroeste de Madrid. Ya tienen 150 socios, 12 de ellos terapéuticos, que además no pagan por las sustancias que reciben, cuyo coste asumen los socios lúdicos, como se denominan los que consumen por gusto. Pero aspiran a llegar hasta los 500 que se han puesto como límite.

No es fácil que estas asociaciones permitan la visita de un periodista. En Charas, una de las más grandes de Madrid, donde superan los 1.500, ha resultado imposible lograrlo. Varios correos electrónicos durante semanas y una conversación por teléfono con uno de los miembros de su junta directiva que utiliza incluso un nombre falso no son suficientes para convencerlos de que el objetivo de este reportaje es explicar su proyecto.

Hay clubes que han crecido tanto que se han convertido en grandes negocios. Otros, como el Club Cannabis, cuya página web es además la primera que aparece en Google, han tenido malas experiencias con los periodistas, como cuenta Alejandro, uno de sus gerentes. Permitieron a un periodista visitarlos, le contaron que la suya era una asociación pequeña, con menos de medio centenar de miembros y pidieron al fotógrafo que no se viera su cara en las fotografías que hizo de su local de 50 metros cuadrados en Madrid. El resultado fue un artículo en el que aparecían retratados de frente y en el que se hablaba del club como un negocio ilegal en auge frente a la larga crisis económica española. Entonces decidieron que no volvería a entrar la prensa allí.

Pero hoy, en Zhara, aunque no pueden ocultar cierta desconfianza con este periodista, sus tres socios fundadores se muestran amables y abiertos. Su asociación está inscrita en la Federación Madrileña de Clubes de Cannabis , a la que también pertenece La Santa y casi otra veintena de clubes. Federarse y agruparse es uno de sus objetivos, para así tener mayor presencia y capacidad de diálogo con el gobierno, tanto a nivel local, con los ayuntamientos, como nacional, con el Gobierno o el Parlamento.

Clubes de marihuana españoles
Clubes de marihuana españoles

Ellos abogan por que el consumo esté regulado y legalizado, como piden el 52 por ciento de los españoles, según revelan las encuestas en España, que muestran también que uno de cada tres adultos entre 15 y 64 años confiesa haber consumido marihuana o hachís en algún momento de su vida.

En Zhara la tranquilidad de esta mañana de diciembre se ve pronto alterada por el timbre de la puerta. Cuando abrieron su sede, como cuenta Alba, cada vez que sonaba el timbre pensaban que era la policía. Ocho meses después están relajados. Ahora saben que si lo hace es porque llega uno de sus socios. En media hora se han juntado en su local, de muebles fabricados por ellos mismos, con proyector de cine, televisor y billar, media docena de ellos.

Todos vienen a disfrutar su primer porro del día. “Retiran”, como dicen, el producto que desean, sacan sus herramientas de trabajo -el papel, el molinillo para deshacer la marihuana, el tabaco y los filtros- y se ponen manos a la obra. En Zhara el catálogo ofrece marihuanas, como Amnesia, Borneo o AK-47, hachís de diferentes tipos e incluso extracciones, la nueva moda, el extracto de la planta que se obtiene tras un proceso químico con disolventes y que da como resultado una sustancia con una pureza superior al 80 por ciento que se puede fumar en pipa de agua, tomar con gotas o incluso convertir en una crema.

“Yo quiero que en el club haya actividad. Que no venga la gente a por la marihuana y se vaya a casa, sino que se consuma en el local. Que se haga vida de club, que se participe y nos involucremos todos en el proyecto”, cuenta Alba. Su caso, el de Zhara, es como La Santa, un club de fumadores de cannabis, pero en el que quieren hacer esa labor, como la definen, de “gota malaya” por la legalización. Asociaciones que, como dice Pedro Sánchez, “todo el mundo tiene que saber lo que hacen, pero no dónde están”. Y para las que permitir la entrada de un periodista, a pesar de las reticencias iniciales y de una suspicacia que no desaparecerá del todo, es otro paso más, otra forma de mostrar normalidad en un sector que todavía suscita muchas sospechas. De ahí esa gota malaya. Cada gota cuenta. Como lo hace el recurso judicial en el que Pedro se ofrece a enseñar a la policía a conservar la marihuana decomisada. O las fotos que exhiben orgullosos y ampliadas en La Santa de las dos incautaciones que les devolvieron.

Dos imágenes en las que aparece la droga expuesta copiando el estilo de las fotografías policiales cuando se encuentra un alijo de drogas o armas, con la mercancía extendida y etiquetada sobre una mesa. Una devolución, en el caso de la segunda, la de 200 gramos, que se celebró en el club como la gran victoria que era. Y, por supuesto, con barra libre de la marihuana recuperada para todos los fumetas del club.

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