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Scotch para todos: la versatilidad del whisky escocés

La fama del whisky escocés indica que es un trago imposible de mezclar. Sin embargo, su historia demuestra que es todo lo contrario.
mar 03 marzo 2020 06:00 AM
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El whisky escocés, ya sea un single malt o un blend, es una de las bebidas más difíciles de mezclar.

“El whisky es un soltero malhumorado que neciamente insiste en mantener su independencia, y casi nunca estará de humor para casarse”. Esta frase de David A. Embury, autor de la enciclopedia The Fine Art of Mixing Drinks (1948), describe con elocuencia un sentimiento popular en la industria del alcohol: el whisky escocés, ya sea un single malt o un blend, es una de las bebidas más difíciles de mezclar. Y aunque esto tiene sentido –su sabor turboso y ahumado lo convierte en un elemento muy protagónico–, al revisitar la historia de este destilado se puede ver que, al igual que el soltero más codiciado, podrá ser siempre complicado, pero nunca inatrapable.

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Para dimensionar la versatilidad del whisky hay que echar un vistazo a finales del siglo XV, un par de décadas antes de que el destilado se popularizara. En las Tierras Altas de Escocia vivía sir John Stewart, conde de Atholl, quien tenía una famosa rivalidad con Iain McDonald, líder de una rebelión contra el rey británico. Cuando el conde descubrió que su enemigo bebía agua de su pozo, decidió aprovechar la situación. Agregó al agua miel, whisky y avena, con lo que no solo emborrachó y capturó al enemigo, sino que creó la base de uno de los primeros cocteles con scotch: el Atholl Brose. Sus ingredientes, más parecidos a los de un desayuno que a los de un trago, resaltan notas dulces y frutales comunes en el whisky, como la manzana roja y, claro, la miel. El resultado es un equilibrio entre cereal, fruta y alcohol. Sin embargo, es peligroso: después de probarlo, cualquiera podría cuestionarse si realmente hay una hora del día en la que sea un descaro beber.

Avancemos al Nueva York de 1894. El lujoso Waldorf Astoria, ubicado don- de hoy está el Empire State, estaba de gala para la presentación de Rob Roy, una opereta del compositor Reginald de Koven sobre Robert Roy MacGregor, un prófugo de la justicia convertido en icono del folclore escocés. Para celebrar el estreno, se creó un coctel del mismo nombre. Al tratarse de una bebida hecha con vermú, bitters y un jarabe de cereza opcional, se podría decir –y con buena razón– que no es más que un Manhattan con whisky en lugar de bourbon. Y sí, lo es. Sin embargo, basta probar los dos tragos para darse cuenta de la diferencia que existe entre ambos destilados. El escocés le da al coctel un perfil menos dulce que, en conjunto con el resto de los ingredientes, ofrece un trago amargo de una elegancia indiscutible.

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El whisky también forma una pareja ideal con el mundo de las especias. Prueba de ello es el Penicillin, considerado un clásico moderno gracias a su impresionante profundidad aromática y al mito popular de que, debido a sus ingredientes –miel, jengibre y limón–, tiene propiedades antibacteriales. Creado en 2005 por Sam Ross, este trago es dulce, picante y ahumado a la vez, y tal vez a eso se debe su éxito: en una época en la que Sex and the City había saturado las barras con un simple y poco agraciado Cosmopolitan, el mundo necesitaba explorar tragos más complejos, pero igual de fáciles de beber. Y para satisfacer esa sed, ¿qué mejor que un trago de la bebida más incasable?

Scotch en casa

Penicillin


En un shaker con hielos mezcla dos onzas de Jura 10 y tres de cordial de jengibre. Cuela

y sirve en una copa previamente enfriada.

Rob Roy


Mezcla dos onzas de Jura 10, media de vermú dulce y dos dashes de amargo de Angostura. Mezcla todos los ingredientes en un shaker con hielo. Cuela y sirve en un vaso con un bloque de hielo.

Atholl Brose


Mezcla dos onzas de Dalmore 12 años y cuatro onzas de cordial de avena en un shaker con hielo. Cuela y sirve en una copa.

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